No tienen hora

Los ciriales bajo el umbral de la puerta. Todo está preparado. El sol bajando su intensidad permite  que el aire circule entre las calles moviendo las hojas de los naranjos aliviando las temperaturas. A punto de llegar a esos minutos donde el cielo si no está incrito en la paleta de colores con algun nombre debería estarlo. En ese momento todo está perfecto. Falta lo que va llegando, el sonido del llamador y las voces roncas que mandan encajadas entre la respiración de los presentes. Cualquier salida va acompañada de una tensión adicional. Salen a la calle. Muestran lo que son, lo que tienen, lo que representan. Todo lo trabajado durante semanas, en jornadas nocturnas donde el buen ambiente reina pero no dejan de ser horas de trabajo duro. Ambiente de taller metalúrgico, de carpinteria y diseños de estructuras. Mucha ferretería, poco glamour. El paso está en la calle. La ciudad lo absorve. Los rezos y las miradas entusiastas son ahora la forma de dar las gracias. Los que lo hicieron posible, en días como en el que lees esto, no miraron el reloj. No tuvieron hora.