Uno detrás de otro

Cuando volvió del colegio ya tenía preparada la habitación. Era el jueves antes de Semana Santa, como el año pasado. Una tela la  atravesaba sin una arruga gracias a los dos maceteros que la fijaban al suelo en cada uno de los extremos. Y una caja de cartón con todo lo que necesitaba le esperaba, él ya sabía que todo estaba así y ni siquiera lo había visto. Dejó la maleta en la esquina de la entrada, se fue a lavar las manos, le dio dos besos a sus padres y hacia el cuarto del tirón. Ellos, sin hablar o haciéndolo en voz baja fueron a por sus cascos inalámbricos para ponérselos y conectarlos a un móvil. Amarguras era la primera de la lista de reproducción. Su hijo en el cuarto comenzaba a sacar nazarenitos de cartón y papel. Los sacó todos, repasando cada uno de ellos, estaban todas las cofradías. Los de capas, los de cola, capirotes altos, otros pequeños, blancos, morados, negros...En los auriculares de los padres se escuchaba ahora Valle de Sevilla. Repasados todos todavía ninguno estaba sobre la tela. Los fue colocando ya dentro en un orden preestablecido, primero las vísperas y luego por días de Semana Santa. Los primeros por orden de salida, los segundos por orden de paso por la Carrera Oficial. Los nazarenos no tenían todos el mismo tamaño, bueno, realmente sí, el cuerpo, las  tiras simulando los brazos y el cirio eran de la misma longitud pero la altura de los capirotes variaba. Eso fue lo que en su momento mas trabajo le costó, averiguar los tamaños reales de cada hermandad para luego, eso ya sin problemas, obtener las medidas en proporción al tamaño de sus figuras. Sonaba ahora Reina de San Román. Y parecía que ya estaba terminado cuando los tres estaban de pie junto a la puerta mirando la procesión. Pero el niño se acercó a la caja de cartón y sacó un último nazareno que no había registrado anteriormente, se le ha olvidado uno, pensó el padre extrañado. Pero no, este se notaba que era nuevo, era un nazareno de capa con los colores de la esperanza. Lo colocó abriendo el cortejo. Sonaba Pasan los Campanilleros. Un nazareno que aún tardará un año en pisar la calle pero que en esta casa ya estaba repartiendo ilusión. Una casa donde la esperanza siempre reinó, eso sí, sin ruidos que pudieran molestar a Juan, un niño de doce años al que le gustan mucho, pero mucho, las cofradías.