Quedan 14 días.

Confieso que no he tomado ninguna todavía. Y seguramente en ello vaya parte de la culpa de algunos tropiezos que no esperaba. Pero está al caer.

En cualquier caso, ahora lo que quiero contaros es lo que ocurre con las torrijas que me hace mi madre. Las mejores del mundo, como no podía ser de otra forma. Ahí soy radical.

Cada torrija tiene su día asignado. Me las como al llegar a mi casa, al final de cada jornada en la calle viendo cofradía. Mientras me la tomo, normalmente acompañado de un vaso de leche caliente y viendo en la televisión las repeticiones de las entradas en Campana o mejor aún, escuchando en directo como se recogen las últimas.

Para el martes santo se reservan dos. Esto es así porque es cuando salgo de nazareno. Y así debe seguir.

Gracias mamá.

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