Quedan 4 días.

De todas las primeras veces, de todas esas cosas que se inician comenzando todo un mundo, esta que me contó -y que aquí traigo literalmente- la gata Roma recoge todo aquello que me gusta tenga una historia: un recorrido por los sentidos y un camino iniciático que conduce a una primera vez que no se olvida fácilmente.


Quizás lo más llamativo de mi corta tradición es que no existía, quizás lo más bonito es eso, poder empezarla tú.
Mi abuela Carmen, sevillana castiza de la Puerta la Carne si gustaba de vestir el luto de gala sevillano los días preceptivos, pero sólo conozco esto por una renegrida y pequeña foto. Nunca ví una mantilla en mi casa, nunca mi madre la llevó y tal vez por eso al principio causaba cierta extrañeza mi deseo. Para colmo, no tenía (a día de hoy tampoco) un “mantillo”, un novio o un amigo dispuesto a ponerse traje. Sinceramente no me importaba, no hay nada peor que un hombre al que no le gusta llevar traje vestido con uno…
En Enero de 2009 Melchor, Gaspar y Baltasar se convencieron de que estaba dispuesta a ser una mantilla liberada, mantilla al fin y al cabo. Llegó a mi casa esa mañana la peina y el velo, muy de mi gusto… Se puso en marcha así la operación Jueves Santo, en que movilizando a una auténtica red social se daría forma a un sueño. Mi hermano me regaló los pendientes, mi madrina el broche, e incluso una vecina me regaló alfileres negros diciendo que eran los que más sujetaban, menos dañaban… Mi madre se hizo cargo del resto, y todo mi entorno soportó mi pesadez con el tema… Y quizás fue esa Virgen rodeada de angelitos que habita en Recaredo la que me regaló un azul cielo, como los escapularios de su cofradía, un día maravilloso para pasear, una jornada que no tenía fin, que era plena y culminaba mi deseo…
Cuando cae la noche y Virgen del Valle se convierte en el eco de la ciudad, ya no es conveniente llevar este atuendo… debo decir que sentí auténtica pena quitándome cada alfiler, cada horquilla…
Hace unos días abrí la caja donde duermen el sueño de los justos mi peina, los pendientes, los alfileres, la mantilla y todo lo demás… Un olor especial e indescriptible vino a mí, era una mezcla del perfume que yo llevaba aquél día, pero había más cosas imposibles de descifrar, era el incienso, el sol, la cera… era el Jueves Santo comprimido, era el sueño de la niña que veía a las mujeres ataviadas de luto y se sabía igual en un futuro, era único, personal, era el olor de mi mantilla.
Gracias Mercedes