El tiempo.

El despiste y la bulla lo debieron llevar allí en el último instante. Como iba a imaginarse alguno de los presentes que aquella levantá y el esfuerzo de mover el paso milimétricamente para encuadrarlo fuera a producir el efecto que produjo. Me di cuenta que no sabía a quien mirar, si al Nazareno con las manos atadas o a aquel niño de ojos brillantes que asomaba tras la reja. Y seguían los costaleros sin arriar el paso, manteniéndolo en alto mientras un silencio inundaba el instante, nadie hablaba. ¿Cuánto duró? No sabía donde mirar. No lo soportó. No lo aguantó. Se agarró a mi perdiendo el equilibrio, y  allí hicieron un hueco, movieron abanicos, llamaron a urgencias. Y el paso siguió inmovil, en alto, ¿cuánto llevaba allí?, hasta que el niño se recogió al interior de la casa. Y siguió la procesión con su música, sus nazarenos, su recorrido. No supe nada más ni del niño ni de aquel hombre. Cada vez que paso por allí, por esa acera, me pregunto lo mismo ¿cuánto duró?