La parada.

Tras aquella cascada de emociones, de miradas, de tragar saliva, de abrazarse, de pedir, de soñar, tras aquello sólo podía venir un momento que permitiera compartirlo. Es fundamental intercambiar lo vivido, preguntar a los nuevos, aprender de los que llevaban tiempo repitiendo. Allí mismo lo decidimos, paramos. Cerveza y algo para reponer fuerzas. Y seguimos charlando una hora larga, nadie miró el programa ni pensó en lo que el día anterior habiamos hablado. Tocaba la parada para desacelerar los corazones. Una cofradía acostumbrada a verla de día, ya metida la mañana en sus calles y ahora de golpe, las apreturas de la noche la envolvían con la melodía que entre los lazos ya  creados de aquella reunión se estaba escribiendo de nuevo en aquel Viernes Santo en que algunos seguíamos quedando para llorar juntos.