Nadie.

No había nadie en la calle cuando te tocaba pasar por donde se estrechaba. No era cuestión de la hora  ni de la época del año. Siempre terminaba por allí la noche. ¿No tendría la muralla más puertas? Sí pero por una razón o por otra te tocaba pasar por ese sitio. Sólo caía en la cuenta que no volvería a pasar cuando se acercaba Semana Santa que, casualmente, compartíais esos días de ausencia. Y una noche te despertaste de golpe. Lo viste claro. Basta de pesadillas. Te hiciste hermano y pasaron los años. Muchos años de nazareno retrocediendo en las filas, acercándote. Curiosa la cuestión cofrade, cuando en la mayoría de las situaciones retroceder es alejarse aquí te acerca al objetivo. Y hace poco, hace unos años, el último en que saliste eras ya una de las últimas parejas y se produjo lo que tras una vida entera no habías logrado. No había nadie en aquel palmo de marmol salvo los dos. Y pudiste decir aquel gracias entre lágrimas que nadie vió. Como en aquel homenaje donde no faltó nadie de tu familia, nazarenos, costaleros, monaguillos que siguieron tu senda, para devolverte las gracias. Nadie vió tus lágrimas porque te ganaba una inmensa sonrisa.