Peticiones

En la última fila del banco de la iglesia se sentaba siempre los días de quinario. Rosario en mano. No faltaba nunca. Y me cuentan que iba a la parroquia cercana y a la propia capilla de la hermandad siempre que podía, a tantas misas como podía. Era su vida. Hace unos años estuve en el sitio y a la hora  exacta para poder comprobar lo que me había parecido siempre extraño. María preguntaba en la puerta a los que pasaban por allí minutos antes, los paraba, algunos se disculpaban y aceleraban el paso creyendo les pediría dinero, otros se paraban y escuchaban, otros miraban desde la acera de enfrente. Ahí estaba yo, curioso, pendiente, raro, decidí dar el paso al frente y pasar por delante de ella. Me paró, me incliné para escucharla y me habló pacientemente sobre si necesitaba pedir por alguien, que ella lo haría por mi, como hace con todos los que tenemos prisas y no podemos pararnos. Ella lo hacía encantada. Le hablé de un amigo desempleado. La mano en el bolsillo derecho me sudaba y deseaba liberarme. Aquello me impuso mucho. Me sigue imponiendo recordarlo.