#Quedan21
La primavera nos visitó hace unos días, estuvo unas horas y se marchó luego. Me despedí de ella porque realmente no se si volveré a verla este año. ¿Y qué hace uno cuando una amiga viene a visitarte? Lo que más nos gusta, salir a la calle, con el sol fuera, no quedaba otra, por fin un ratito de cuaresma sin estar pendiente de resguardarse. Normalmente, me pasa muy a menudo, salgo de casa con la idea de ir a ver o visitar sitios concretos pero luego como no pongo obstáculos a que algo me sorprenda tiendo a despistarme con facilidad, a imaginar recorridos alternativos, cruces, carteles, situaciones imposibles y se me pasan las calles o llego cuando ya han cerrado. O me quedo sentado en los bancos de una iglesia, como me pasó en la capilla sacramental de Santa Catalina aquella mañana. Cuando salí a la puerta donde el fluir de gente era incesante me quedé como disecado, no se si absorto otra vez más por la obra de Leonardo de Figueroa o por esa película, fotograma a fotograma, que es el montaje del paso de Los Caballos que crece dentro de la propia Iglesia, efímero también con fecha de caducidad como todo lo que está por venir.
Sólo me hizo reaccionar una voz amable que junto a mi y buscando a un niño que estaba junto a varias personas más debajo del cartel que anunciaba el Triduo a Nuestra Señora de la Encarnación, preguntó "Santiago ¿a dónde vamos ahora?". Y el niño sacó un papel, una cuartilla arrugada, del pantalón, donde venían apuntados nombres y horarios. Hubiera dado todo por cambiarme por Santiago y recuperar también esa víspera en la que entre deberes seguro fue apuntando que quería ver al día siguiente, y tentado estuve de unirme como polizón a este viaje pero la primavera hizo algo a lo que nos tiene acostumbrados, se largó a la francesa, fundiendo a negro cualquier plan previsto sin paraguas y bajos de pantalones empapados.