Quedan 17 días.

Todos los traslados no son iguales. Este año han tomado tinte de protagonistas absolutos los retornos a la antigua Parroquia del Salvador. Por fin, el Señor de la Sagrada Entrada ha dejado el transporte rodado y ha permitido que disfrutemos de esa situación más cercana y emotiva que es verlo pasar tan bajito, como sus acompañantes, esos locos bajitos. Y ya estaba en la iglesia de la plaza de los escalones y con su rampla, el resto de la hermandad. ¡Qué fructífera ha sido la estancia en la Anunciación! ¡Qué buen ojo tuvisteis al elegir la cercanía de la Virgen del Valle! Tener las cosas claras facilita todo esto. A los queridos vecinos de Pasión no les fue tan bien, había una falta de ideas claras que unido a las pocas facilidades de otras hermandades dejaron para nuestras retinas esa imagen que quiero olvidar, no quiero recordar como corrían por Tetuan. Eso no era una procesión. Esas prisas, esas presiones de la madrugá, me da grima pensar en esa falta de solidaridad, en ese poco sentido común para tomar decisiones de calado como es el lugar de salida y el tempo y forma de procesionar. Por eso se han trasladado definitivamente a su casa dos hermandades penitenciales pero una buscará la continuidad del trabajo que siempre cuando se está fuera es diferente, y la otra, estoy seguro, que obtendrá el mayor de los anhelos, la tranquilidad y el sentido común. 

Buscando siempre la luz de lo bello, ante la que podría ser una reflexión áspera como la de hoy, me quedó en un lunes santo lluvioso, nervioso, desanjelado, pero el Señor de Pasión, ajeno al ruido de la calle, caminaba por el antiguo parlamento, despacito, de su altar temporal a su paso definitivo, subiendo nuestros corazones atrapados en la emoción del silencio. Eso no lo olvidaré.