Quedan 12 días.


Y claro, no hablar de la gastronomía de cuaresma no me lo perdonaría nadie, de las espinacas con garbanzos, de las pavías de bacalao, se guarda la vigilia rezan muchos carteles en los bares sevillanos. Ciertamente no es sacrificio dejar de comer carne un día a la semana, hay quien la guarda durante la cuarentena completa, hay quien no la guarda, hay quien no sabe ni que existe, no hay que darle más importancia que la que cada uno quiera darle. Personalmente prefiero buscar la espiritualidad con otras muestras pero el respeto es la base de todo. Absolutamente de todo. Y por ello disfrutamos de una gastronomía exquisita. Supervivencia. Y hay quien tiene su lugar de encuentro cofrade en sitios donde las croquetas caseras van anunciado el tiempo esperado. Pescados en sus diversas formas y sabores. Como decía el Pali, mucho barbo en adobo, y de ahí para arriba. No hay nada más cofrade que un papelón de pescao. Aunque todos no pueden tomar esas delicias en los entornos de nuestros bares mirando a la luna desde una calle que huele a azahar... pero de harinas y azahares hablaremos antes de que se nos agote el tiempo. Mientras, sigo hablándole, en mis sueños, al Señor de la Ventana que despide a los viajeros, para que a nadie le falte nada. Compartir, abrir puertas, cerrar heridas, esa es la mejor de las vigilias, me pareció oírle decir una noche de invierno.
"En los barrios, San Román y la Macarena, sus hermandades van poniendo en vilo a los vecinos y por el puente de Triana la música y la bulla despiertan al río más que dormido y lleno aún de Esperanza...". Sevilla Insólita, de Francisco Morales Padrón.