Quedan diez lunas

Podría parecer otra luna y es la misma. Ahora mismo está guiando hacia el éxtasis a miles de trianeros. Por calles imposibles en esta noche de luna. Y mientras tanto en otro rincón del tiempo y del espacio...
Entre aquellos edificios de construcciones variopintas y elevadas, en aquellos terrenos que habían sido agrícolas bajo las atentas miradas de los encalados muros de los cortijos andaluces y de las haciendas, en aquellas calles tan sevillanas como otras cualquiera. O más. Allí sonaban con fuerza especial los sones de una agrupación musical formada por niños bien alimentados a los que le venían grandes los trajes prestados por una famosa banda de música de un pueblo cercano y que en su momento usaron año tras año hasta llegar al nivel que ahora tienen. Para estos niños trompeteros llevarlos es un lujo. Y soplan, y golpean. Y llenan de sones de agrupación los soportales. Hacen temblar las membranas y ponen las primeras brillantinas en los ojos de muchos padres que ven a sus hijos comerse los nervios incluso antes de que llegue el primer nazareno.
Se mezclan los nombres de calles. Estrellas, corrales y parques. Abriéndose a los nuevos vecinos, ellos que son nuevos en casi todo. La amplitud de las avenidas permite el movimiento sosegado y sobretodo el seguimiento de la cofradía en su amplitud y longitud. Y ver venir los pasos. Aquí de esto si saben. De esperar. Claro que sí.

Seguramente cada uno de nosotros sabemos esperar nuestro momento en que con los poros abiertos dejamos que entra incienso sin trabas hasta nublarnos la vista y emborracharnos de sentidos durante una semana. Pero todo esto no obliga a nada. Cada vez veo más obstáculo en lo oficial, cada vez más lejos suenan sus cornetas y en cambio más cerca se me antojan las de esos pequeños detalles mínimos. Cada vez estoy más alejado de todo lo que arrojan desde esos púlpitos. Realmente de todo lo que huele a imposición, limitación de la libertad individual, de la incrustación con la enseñanza pública y las instituciones que a todos nos representan. Y sin embargo no puedo separarme de la tierra que piso, de su aroma cuando se moja tras una dolorosa lluvia de abril, de la ilusión de tocar y sentir lo que se ha ido impregnando tras siglos de historia. Es tan mío como de ellos. Como tuyo, como nuestro. Y sin embargo a veces me siento como aquel emigrante que en Alemania era conocido como 'el sevillano' y en la calle Feria le llamaban Pepe 'el alemán'.

Mientras esperamos el nuevo ciclo lunar mantengamos el cirio de la vida encendido, ese cirio de los donantes de órganos, de sangre, de médula, de todo. De la verdadera vida.