Quedan seis lunas.

Parecía que nunca había llovido así pero no era verdad. Era habitual una tormenta en las fechas que estaban. Y no era nada del otro mundo pero supongo que en ese momento no está uno para pensar en eso. Cuando llueve da igual la forma si lo que ocasiona es lo mismo. La cara de desolación era fiel reflejo de lo que sentían por dentro. La lluvia fina llevaba horas calando sus esperanzas. Se habían quedado sin palabras. Bajo los soportales de aquel edificio de la época racionalista se apiñaban pegados los unos a los otros. Cada uno despistaba la melancolía como podía, pensando en cosas irrelevantes, en alternativas a la aciaga tarde de Lunes Santo que se les presentaba. La cosa pintaba mal fue la última frase que se había dicho en aquel metro cuadrado antes de que cada uno se retirase a la búsqueda de otros asuntos en alguna parte de sus pensamientos interiores. Estaban tan cerca y a la vez tan lejos. Todos agradecían el calor de la proximidad cuando más fuerte empezaba a llover. El olor a humedad subía desde las plantas de los pies y se perdía en alguna parte del techo. Ramón saco de su bolsillo tres o cuatros estampas empapadas que intentó secar con el vaho de su propio cuerpo. La noche anterior llegó reventado a casa con los pies destrozados y tras la cura de agua con sal y las dos torrijas de 'obligado cumplimiento' su cuerpo se fue solo a dormir... hasta las ocho de la mañana en que el despertador no perdonó excesos costumbristas ni ritos de siglos pasados. A las ocho y media entraba a trabajar. Perdido en su labor de rescate de las estampitas no se dio cuenta de la ternura con que le miraba Maite. Mientras, Juan, Leo y Ana María seguían con sus mentes en otras cosas. La lluvia apretaba con intensidad. Ana María se movió un poco, salió hacia afuera en un par de pasos, casi saltos, y con una alegría como al que acaba de recibir la mejor noticia de su vida les gritó a los cuatro perplejos que tenía como amigos en ese instante. 'En dos horas suben a Pasión al paso, vayámonos al Salvador, allí también hay soportales'. Sin mirarse más, sin hablarse más, sin decirse nada más empezaron todos a andar deprisa, cruzaron la avenida y se perdieron en la larga recta que tenían por delante. Ramón le tendió la mano a Maite, y ambos aceleraron el paso para poder seguir el ritmo de resto del grupo.