Quedan dos lunas.

Desde pequeño asociaba el viajar el tren con ir a ver cofradías. Y desde pequeño esperaba todo el año esa aventura. No iba sólo, le acompañaba su padre. El camino hacia la noche mágica estaba repleto de historias, de anécdotas, de vivencias, todas sacadas de viajes en esa misma noche a la ciudad mágica que parecía no perturbarse con el paso del tiempo. Todo al ritmo de una máquina que rompía la luna en dos mitades, su amada tierra y su ansiado destino donde una noche en vela era mucho más que una semana. Era toda una vida.

Y ahora, pasados muchos años de aquel recuerdo que nunca abandonó un sitio en esas partes escondidas y enmarañadas del alma, ahora es él quien organiza estos viajes con aquellos que no pueden ir, aquellos a los que les faltan las fuerza para conocer la ciudad secreta. Esa que se hace invisible ante los ojos de la multitud, al menos, durante una noche al año.