La frontera

Hay quien vive en esa frontera que une el mar y el cielo.
Esta luna fronteriza proyectaba una película sobre el horizonte que me traía recuerdos de esa linde entre lo real y lo mágico, entre los restos de la ciudad soñada y sus recorrido urbanos por las entrañas humanas del viejo caserio, por la plaza del Cristo de Burgos y entre la caoba silenciosa y la música fúnebre de unos faroles de cola.
Siempre volvía en sus conversaciones a esa primera vez en la que fue dueño de sus sentidos heredados del aprendizaje paterno, a esa primera decisión en solitario que le llevaría a encontrar el punto exacto de esa frontera que era, sin saberlo, el comienzo de un camino sin punto de retorno.
Es fácil escucharle relatar en las bodeguitas del entorno de la collación de San Marcos sobre cómo buscó en aquella ocasión la distancia más corta para acercarse al Cristo de sus abuelos, de cómo nunca fue lo mismo disfrutar del cortejo y de la procesión en otro lugar que no fuera el de aquel miércoles que barruntaba lluvia desde primeras horas de la tarde.