Miedos.

Le dijeron que fuera a Triana y esperara.

Y fue a Triana y esperó.

Raro era que cada minuto un pequeño nazareno de capa blanca no alargará el brazo para darle un caramelo o que una mano adulta le ofreciera una estampita.

Hacía décadas que no cruzaba el puente.
Aquel año superó sus miedos y parecía que nada había cambiado.

Nadie había vuelto a verlo desde aquellos tiempos que llamaban convulsos por no llamarlos como habia que nombrarlos. La mayoría sólo lo conocían de oídas. Pero entre las filas nazarenas la noticia se fue extendiendo como la pólvora.

Manuel, el apostol, el hermano de Juan el tapicero de la calle Fabié había vuelto.

Dicen las monjitas de la calle Santa Ana que amaneció ya muerto en su cama, sonriente y con la mano derecha apretando, en un gurruño, las estampas del día anterior y su carné de militante, ya caducado, del Partido.