Amarguras

Los sones de Amarguras le transportaron al lugar que él quería encontrando un aislamiento imposible de comprender para quien no hubiera vivido lo que él había vivido. El olor a cera quemada, el ambiente cálido de un hogar que nunca tuvo le sobrecogía y ensoñaba agarrándose a la cruz que ya comenzaba a molestar en uno de los hombros, señal de que debía cambiarse pues es absurdo el sufrimiento que no provoca soluciones tangibles para los que le rodean, el simbolismo tenía un límite. Y Amarguras seguía catalizando su pasado...

Recordó algun pasaje que le habían contado con cariño en su infancia y que mostraba a un hombre menos santo pero más hombre. La presencia de mujeres en este estado de ensoñación eran punzadas en el alma. La causa de su dolor, su lucha por sus libertades, las decisiones personales... en esos pasajes de la infancia de Aquel al que imitaba en esa primavera siempre estaban presentes y rara vez se les escuchaba. Volvió a cambiarse de hombro la cruz.

Llegaban los compases finales, desgarrándose como en cada una de las ocasiones en que atendía a sus pacientes, como en cada final de la marcha Amarguras ya no le hacía falta cambiarse de hombro para llegar al destino deseado. Como a cada una de sus visitantes desgraciadas ante la decisión final. No era necesario contarlo pero no mentiría nunca ante nadie sobre ese aspecto.

Cuando depositaba la cruz en el cajón junto a la rampa de entrada y abrazaba a sus hermanos de recorrido esperaba cerca del cancel interior a que el paso de palio estuviera dentro. La última mirada para una Madre, sin duda, aunque para él todas lo eran, y se marchaba un año más consciente de que existía una comprensión mutua.