Quedan 30 días. Todo empieza

Hoy es viernes, y viernes de Marzo, y estamos en la calle Adriani, y es temprano, el personal anda desayunando. ¿Les he dicho ya que era viernes de cuaresma? Se habrán dado cuenta que ya no llueve desde hace dos días, que el relente que persigue a las lluvias ya pasó de largo. En el Bar Taquilla empiezan los debates de todos los años, charlas que no están exentas de la guasa mañanera de madrugadores, desocupados, poetas, cazadores de imágenes y algún macareno aspirante a la gandinga. ¿Les he dicho ya que era vienes de Marzo? Realmente podría haber sido cualquier día de la semana pero entonces hubiera estado uno de los habituales que no falta en sus visitas al Cautivo, y no apareció. El más puntual de todos llegó tarde porque venía de dejar en calle Cuna dos escudos de cuando salía en Las Aguas para un escaparate. Y en una de las sillas del interior soñaba noches de luna un capirote envuelto en una larga bolsa de plástico. La tertulia marchaba como siempre, rematando el desayuno con el seco de Los Hermanos... y fue en ese momento cuando se hizo el silencio en la barra, se notó el cambio como si de un cambio de rasante se tratará pero sin aspavientos, suave, dulce, sí, dulce como la cara del Cristo baratillero, sí ya no había duda. Había llegado para quedarse.

Este texto está inspirado en unas palabras de Antonio Sánchez donde me contaba uno de esos momentos de la cuaresma en que siente que ya no hay vuelta atrás.