Reconozco que llevaba un rato esperando fuera hacia la Alfalfa, epicentro de muchas de las jornadas cofrades que compartí con él pero no. Y mejor no preguntar. Desde la Plaza de San Leando enfiló Zamudio para llegar a San Ildefonso no sin antes pararse unos segundos y lamentar no cupiera ningun paso por Descalzos. Ni una Cruz de Mayo de las de ahora. Recuerda cuando ve el cartel de Caballerizas en una pared desconchada que fue en esa calle donde vió por última vez a un amigo tras su Virgen de Gracia y Esperanza y las muchas tertulias que tuvieron sobre cofradías y carnaval, chicotás y pasodobles.
Pero fue por Rodriguez Marín, la del ursaonense y paremiólogo, que es de esas calles laterales a una iglesia, puerta y azulejo donde en primavera mantiene el hilo de las devociones sinceras y piensa que aunque no es viernes la sonrisa le puede recordando aquel "p
or esta vira de oro de la tarde de marzo" y ve en esta calle tantas fotografías imposibles que sólo se le quitó de la mente cuando se cruzó con un grupo de hermanas, monjas, que a ritmo nada lento iban andando con bolsas de comida y en Aguilas se pararon para que pasasen dos coches y cruzaron para perderse por Lirio. Creí que las seguiría por como le cambiaba la cara al relatarlo y evolucionaría la historia hacia un final previsible pero allí se quedó mirando hasta que las perdió en la calle que no ves donde acaba conviviendo una mezcla de rojos y rosas en las paredes. Dice saber donde iban, a casa del padre de Rubén donde en tiempos de estudiantes ambos pasaban largas tardes de verano merendando en su patio. Sabía donde iban pero él hace tiempo que no sabía nada de Rubén aunque le llegaron noticias de una cadena de desgracias que en aquel momento no le puso en guardia. Confiesa que mandó un aviso a alguien que le respondió con premura, e intercambiaron mensajes pero tardó un rato en reponerse en nuestra conversacion donde recuperada ya la sonrisa, movía la cabeza satisfecho. Se llegó a tiempo. Amigo, me cogió la mano, esta historia tiene final feliz.
