Tras la tempestad viene la calma, dicen, pero no puede haber lo segundo
si estás en un proceso de transformación constante y me recuerda al
pasar por San Martín aquellas tarde de invierno, de trasiego a la casa
hermandad como en la vecina Cervantes con los Panaderos. Se decide por
Quevedo mientras recuerda que consecutivamente tuvo dos novias en sendas
corporaciones. Una detrás de otra, no hicieron falta ni ciriazos ni
libro de Reglas. No parecía aquello un Miércoles Santo. No es calle estrecha ni
bulliciosa aunque le gustaba ensimismarse a la altura de la academia de
baile de Juan Triana. Me repite lo de las encrucijadas al llegar a Pedro
Niño pero está vez es más por lo bohemio que por lo de elegir un camino
que el destino estaba claro, Plaza del Pozo Santo. Y de nuevo Triana,
un nombre que allí, lejos del arrabal, pone letra y dedicatoria en una
canción que era una búsqueda en lo más hondo de su alma. Un himno para un momento, para un lugar. Esta plaza
formaría parte indiscutible de la llamada ahora Semana Santa sin Semana Santa,
tardes de cafés mientras el trasiego de gentes anuncia que llegaran pronto de los barrios, la merienda de pequeños nazarenos de capa y varita nos da pista sobre quienes están transcurriendo por el teatro al aire libre más grande jamás montado. Y nazarenos de ruán sobrevuelan a baja altura esquivando a quienes están cumpliendo lo pactado. Los barrios preparan su asalto. Y en esta plaza, eso, desde días antes se palpa. No se lo pierdan.
Al final del túnel
Hace 1 mes