Y al final de la calle, un ensanche, una plaza, la de Jose Luis Vila tras la que asoma la cúpula de San Luis de los Franceses, y el ambiente es un remanso. El tiempo detenido en las plantas trepadoras de cada esquinera y ambiente bohemio en las moradas. Es la calle San Blas pero vuelve a encontrarse con la plaza del Cronista, otro parquecito y a la derecha sigue con Divina Pastora. Todas parecen encontrarse, juegan al ratón y al gato. Y siguió andando, hacia la izquierda un corto tramo de San Luis para ir en busca de otra esquinita, de otro recoveco, de otro lugar donde parece que uno llega al final de todo y debe volver a empezar. Esa sensación que tantas veces nos invade al llegar a casa tras un día intenso en la calle. Y descansas sabiendo que el gozo de lo vivido es el sueño de lo que vendrá. Desde este rincón de la calle Padre Manjón, rodeando Santa Marina no por la calle que lleva su nombre que es una de esas calles que ya tan poco se ven, que rodean iglesias, desde este rincón donde se inició una lucha por la escuela de todos en el casco histórico que ahora, estos días, hacemos nuestro, un doblez en el mapa donde empieza una calle cuyo titular fue el inicio de toda una época.
Sigue, y no por el camino más corto quién sabe dónde ni por el mismo sitio porque la cuarentena sevillana nunca es igual ni viene escrita en ninguna escaleta.