Ocho minutos después continuó por Dársena, donde podría pensarse que se está en otro sitio y no en medio de un inmenso caserio desbordado. Desembocó en la calle Luis Rey Romero donde se pone de manifiesto los desniveles de la ciudad por el paso del tiempo. No amplió para nada la zancada y descubrió una pequeña plaza que no recordaba o no conocía admitió moviendo la cabeza y donde se homenajeaba a un marinero ilustre, capitán de la Armada Española, Blasco de Garay. Esto lo resaltaba como si estuviera escribiendo con mayúsculas. Le alegraban esos nombres para las calles que iban a parar al río y allí, en Torneo, estaba mirando su Guadalquivir, el dibujado para Sevilla, que escuchó a un historiador. El paseo segun narraba velozmente se tornó distinto tanto por la circulación de coches en la avenida como los viandantes que se cruzaban. Dejaba a su derecha muchas calles por las que miraba oteando que tendrían al final y volvía recursivamente a la memoria.
Y llegó al cruce de Curtidurías. Allí paró y dice que señaló con el dedo un vehículo aparcado en la avenida porque en ese sitio llegó a dejar el coche que alquiló una madrugada que llegaba de Europa del Este a Madrid, donde sin esperar a la jornada siguiente en el hotel asignado para coger el AVE, lo alquiló y se vino a su ciudad y aparcó ahí mirando al río y corrió hacia San Lorenzo, y se frenó, se ahogaba y respiró al ver que llegaba a tiempo y rebuscó en su cabeza donde ir y se fue a otra calle, fea con avaricia, donde ya era ruina una antigua comisaria y ante el peor de los escenarios se encontró con el Gran Poder. Aquel año precisamente que todo le había salido mal. Allí estaba, andando junto al Gran Poder, me repetía, andando junto al Gran Poder. Volvió sobre sus pasos para repetir con el palio y no dejarlo hasta que lo perdió entre las cruces y la torre de la Parroquia.
Y volvió a su coche de alquiler y vió en el limpia parabrisas trasero, cuando estaba ya sentado en su asiento girándose para maniobrar hacia atrás, un rostro mirándolo. Era la estampa que desde entonces lleva siempre en la cartera.
Y volvió a su coche de alquiler y vió en el limpia parabrisas trasero, cuando estaba ya sentado en su asiento girándose para maniobrar hacia atrás, un rostro mirándolo. Era la estampa que desde entonces lleva siempre en la cartera.




