Quedan 30 días

Lo iba a intentar de nuevo. Chicotá larga se dijo porque como siga así no llego donde fuera que vaya, se sonreía. Y otra estrechez en la que se embarcaba, Mateo Alemán, este era del terruño y creo decía estudiaban su Guzman de Alfarache en los institutos. No se, ya había empezado a relatar que al  fondo de la calle, como si de una puerta entreabierta se tratara, se iban dibujando las alturas, iban cruzándose sueños que nacían y morían en la Magdalena que en realidad es San Pablo porque Magdalena es la plaza a la que no llegará porque girará por Bailén pero la Magdalena es donde el bronce se hace dueño de la tarde. Y siguió abriendo el compás hasta el ensanche que le traía recuerdos de un domingo de Corpus. Sorteando San Eloy en su primeros metros, entró en San Roque pero ya les digo en esta ocasión me comentó que nada había allí que le parase porque su destino estaba a mitad de la calle Herrera el Viejo. Ni comentamos en aquella ocasión como otras veces que salía el nombre esa pregunta que podría dar título a un libro plúmbeo ¿Existió alguna vez un Herrera el Nuevo? No saldrías vivo de Twitter... 


 
Y allí se plantó. Costó trabajo sacarle para qué. Recordaba los balcones donde pasó varias horas aburrido, desesperado, enfadado, con el programa ya destrozado de abrirlo y cerrrarlo. Sí, era un niño, un niño que tuvo que esperar dos horas a que su padre terminara una reunión porque de allí, metida ya la tarde del Lunes Santo, saldrían para ir a ver cofradías, a ver pasos. Llevaba bocadillo y abrigo para la pelúa aunque sabía que en la Alfalfa pararían para tomar algo, ¿te comes el bocadillo o te pido un chipirón plancha? Y luego el Beso de Judas. Luego el olivo. Luego, luego...pero no era el recuerdo de la espera lo que le llevó a quedarse allí parado. Ocurrió instantes antes de salir ya con su padre que también tardó lo suyo en despedirse. Fue en ese momento cuando el dueño de la casa se le acercó para decirle algo, cuando seas grande, mejor con tus ahorros que lo saborearás más si lo quieres comprar, sonrió, busca este libro en la biblioteca de Alfonso XII y lo dijo varias veces para que lo memorizase y también su padre que al llegar de noche a casa se lo hizo escribir en un cuaderno. Era Semana Santa, de Manuel Chaves Nogales. Y nunca volvió a decirle que lo había sacado de la Biblioteca y que luego lo había comprado para tenerlo cerca. Y ya era tarde, desgraciadamente.