Hay cofradías que tienen muchos nazarenos, nunca demasiados, nunca suficientes, siempre los que tengan que tener que algunos sabemos aquello tan manido de las vacas flacas aunque siga habiendo quienes anteponen su comodidad al bien común. Ni caso. Como decía, hay cofradías de andar lento y distancias inexplicables entre sus dos pasos, y en una de esas cofradías hay nazarenos a los que hay que ver, a los que hay que darle ese reponedor bocadillo o un zumo de melocotón, sí, pues ahí andaba en esas labores cargado de paciencia y con la experiencia de ir contando tramos sin despistarme cuando acabé conversando con una señora mayor sentada en su sillita que me contaba los tiempos en que detrás del palio hacía con Ella casi todo el recorrido, siempre tras su manto, siempre pidiendo por su hijos, los que se fueron a Barcelona y los que se quedaron con ella, siempre detrás de su manto y ahora con el paso llegando muy despacio, con una marcha tras otra, con los azules lejanos que la ciudad regala para entrar en el arrabal, con sus nazarenos privilegiados arracimados en la delantera, en ese instante de locura como es una levantá al cielo, me dijo en voz muy baja, mira la candelería, consumida, palpitando, llorando por no apagarse, ahora veo pasar toda mi vida, mi gente, delante de mi Virgen de la Estrella
Al final del túnel
Hace 1 mes