Hoy que es sábado. Hoy que ya sólo quedan ocho días para el Domingo de Ramos. Hoy quiero hablaros de un viernes, y no es el de Dolores que es un viernes epicentro de las vísperas, que es un viernes de corazones acelerados porque no nos aguantamos ni nosotros mismos. De ese viernes, no. Quiero hablaros del Viernes Santo y más concretamente de sus mañanas. Desde que amanece hasta que empiezas a decir que ya te sobra la pelliza. Esa amanecida debe cogerte en la calle, recien llegado o con el cuerpo plomizo tras una noche larga de ruan, caoba, azahar e interminables (benditos sean) nazarenos de capa, para entender que este y sólo este amanecer es aviso de una nueva resurrección. La luz exacta te hará darte cuenta de algo. Lo vivido ya no podrás deshacerlo y se quedará contigo para siempre. Son los efectos secundarios de unas bambalinas a compás recibiendo los primeros rayos de sol.
Sirva esta entrada como aportación a lo que cada viernes tres tuiteros miarma nos recuerdan... el chico @alzacable con su "Mañanas habrá pero ninguna como la del Viernes Santo", @estaahifuera con su "Las mañanas de los viernes en mi pueblo son tal que así." y @Manu_Lamprea con su "En el fondo todo lo que quiero es verte amanecer".