Las fronteras del papel albal (y II)

El bocadillo envuelto en papel orillo no te lo ibas a tomar en cualquier parte. Te conocías de sobras las aceras altas o los escalones en las entradas de los zaguanes adecuados para ello. Échate p´allá. Ya vienen con las bebidas. Esta vez me traje la botella congelada de casa que el dinero me lo gasto hoy en un helado del Rayas.

Hay una frontera que atravesaste un día, te costará recordarlo porque fue gradual pero hubo un día que volviste al Bar Manolo. Aquel en que mientras te comías tu bocadillo de casa y las patatas del pinchito que tu madre se había pedido jugabas a ser mayor con el programa de cofradías. Ve recordando,  hazte un hueco en la memoria, estruja los años para volver a ese momento en que pediste tres cervezas, una de croquetas y dos montaditos, ese instante que relajaste el cuerpo para saborear esta nueva Semana Santa estabas ya poniendo un pie al otro lado. Los años de querer empaparte de todo, de verlo todo, de controlarlo todo tocaban a su fin, al menos de la forma en que lo estabas haciendo. A partir de ahora, tocaba pensar en seleccionar, compartir, aprender, enseñar o ceder con quien y con qué ibas a alcanzar el gozo de una semana siguiendo otro patrón pero cada minuto de la semana seguiría siendo Semana Santa. Eso siempre.